En Bogotá, la ciudad del eterno otoño, apenas vale mirar al cielo, porque siempre está triste y a punto de llorar. El caserío tampoco depara grandes alegrías porque transita de lo cetrino a lo anodino. Por eso, aconsejo detenerse en ese manto que cubre el cielo y oculta fealdades, ese que forma la famosa flora bogotana, un tesoro […]
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